miércoles, 22 de noviembre de 2017

OTRO JIRON, ESTE EN BAHIA DE COCHINOS


 José Bello, colaborador
Espeluznante Narración del Brigadista     por Emilio Valdés Calderón
El brigadista Emilio Valdés Calderón, 3099, salió de Cuba el 8 de Noviembre de 1959 y regresó con un rifle an la mano el 17 de Abril de 1961. Fue estudiante de la "Academia Marrero", en el Reparto Almendares, cerca de La Habana, y miembro del Cuerpo de Tallares de la Policía Nacional, en el Cuartel Maestro. Actualmente, 1992, es el Delegado de la Brigada 2506 en California. Su relato del viaje en «La Rastra de la Muerte» es profundamente conmovedor, al mismo tiempo que causa indignación por la crueldad y bajezas de los comunistas.
En la Ciénaga... en la rastra...
No, no: no vamos a leer un episodio de horror cometido durante la ocupación de Polonia por los nazis. No, no: no relataremos cuando miles de judíos eran apilados en vagones de trenes completamente cerrados, en los que viajaban desde Varsovia a Treblinka: el Campo de la Muerte donde fueron exterminados más de un millón de hombres, mujeres y niños.
Lo que expondremos a continuación es el testimonio de un cubano, miembro de la Brigada de Asalto 2506, quien sobrevivió en el macabro y gigantesco refrigerador ambulante del tirano Fidel Castro.
Emilio estuvo en aquella rastra de Torquemada en la que perecieron asfixiados nueve brigadistas y un jóven que, por equivocación o venganza personal, fue introducido en esa cámara de torturas que comandó el infame Osmani Cienfuegos, desde Girón a La Habana.
En el local del semanario "20 de Mayo", en Los Angeles, California, vamos a entrevistar a Emilio Valdés Calder6n, 3099 del Cuarto Batallón (Bon-blind) de Infantería de la Brigada. Están presentes otros dos distinguidos combatientes de Girón Orlando Atienza Pérez y Sergio G. Diaz Morejón.
No fue fácil convencer a Emilio - de personalidad introvertida - para que accediera a éste diálogo público, ya que se emociona profundamente cuando recuerda aquellas ocho horas de terror en la rastra. Pero, patriota al fin, por primera vez revela a la prensa su espantosa experiencia.
EN LOS PANTANOS DE LA CIENAGA DE ZAPATA
Mocetón de seis pies de estatura y 220 libras de peso, de carácter apacible y conducta irreprochable, recta, impecablemente caballerosa, a quien un "Lord" inglés calificaría de "gentleman", Emilio Valdés primeramente nos habla de lo ocurrido en la Ciénaga de Zapata, antes de ser amontonado en la fatídica rastra:
"Del barco Caribe desembarcamos en Playa Girón De allí nos trasladamos al aeropuerto, y con la Tercera Compañía, al mando de Mojica, Ilegamos a Playa Larga en el medio de un feróz combate. El cielo vibraba por los impactos de la metralla.
Al terminársenos las balas, recibirnos órdenes de retirada y tratar de Ilegar a Cienfuegos. En mi grupo habiamos aproximadamente unos 140 hombres. Desde donde estábamos, cerca de San Blás, divisamos un barco aliado a corta distancia de Girón.
Arrancamos un espejo de un jeep que encontramos, y uno de nosotros que sabía Clave Morse transmitió un mensaje hacia dicha embarcación, para que sus tripulantes nos rescataran. Era un buque de Estados Unidos. Nos respondieron que no podían recogernos. Era el 19 de Abril de 1961.
"Nos internamos en Ia Ciénaga y pronto la noche nos cubrió con su negro manto. Paramos en un punto para descansar. Estábamos agotados y sedientes. Dormimos algo, y cuando desperté, como a las cinco o sels de la mañana, pude comprobar que sólo quedábamos unos catorce.
Comenzamos a caminar - algunos casi no podían. Tan débiles nos sentíamos que los rifles nos lucían de 100 libras. Sin comida, sin agua. Pero como un milagro al encontrar alguien un oasis en el desierto, tropezamos con un pozo.
"El agua estaba muy sucia, pero gracias a Dios teníamos pastillas de cloro, y la convertimos en potable. Aparecieron unas boteIlas: no se de dónde salieron. Entonces, usando los pañuelos de todos, logramos llenarlas del precioso liquido. Parecía que estábamos viviendo una fantasía, una película; pero no: era una cruda realidad."
¿Que edad tenía en esa fecha?
Ventidós años, veintidós años... ¡Uffff!... Bueno: mi hermano Francisco estaba conmigo. También mi primo, Humberto Ulloa, y nuestro tío Rosendo VaIdés. Este último se nos perdió, junto con muchos otros. Seguimos deambulando y observamos huellas de una vaca. Febrilmente la buscamos... No era una vaca cualquiera -como la de la canción, usted me entiende... pero ese fue su día de suerte: se nos fue y se salvó... (O no: a lo mejor fue la misma vaca que, despavorida, no lejos atrapó el grupo de San Román: la que fue sacrificada y devorada ... ).
"Fuimos a dar con un bohío muy grande. Allí estaba un campesino, solo, sentado muy tranquilamente. El nos dijo: muchachos, ya han pasado por aqui casi cuarenta de ustedes... Me duele decirles que no tienen salvación: esto está totalmente! rodeado por las milicias. Ese hombre se portó muy bien, y nos dio agua y azúcar.
"Unos jovencitos vecinos nos trajeron yuca, y entonces el campesino nos enseñó la mitad de un billete que le habían entregado aigunos de nuestros compañeros que anteriormente pasaron por allí. El nos aconsejó que para burlar el cerco teníamos que cruzar la carretera adyacente, aunque por élla transitaban muchos camiones del gobierno.
Comprobamos que cada cincuenta pies habla un miliciano de posta. Optamos por dividirnos en dos grupos para hacernos menos visibles. Quedábamos cinco en el mio: mi hermano, Ulloa, Crespo (de 17 años), un entenado de Babún, y un servidor. Ulloa, el mayor de nosotros, fue designado jefe.
PERSEGUIDOS Y APRESADOS
No queremos interrumpir a Emilio. Su relato es tan drimatico e interesante que nuestras preguntas serian innecesarias. Lo dejamos libre, poseido de sus recuerdos...
Malamente vestidos - disfrazados - de civiles, con ropas regaladas por campesinos, nos hablan aconsejado que si nos paraban los milicianos, dijdramos que 6ramos carboneros de Cayo Ramona. Soltamos las armas largas, las escondimos, y nos quedamos con pistolas, un M-3, y granadas, ademis de nuestros cuchillos comandos. Divisamos milicianos, y gateamos una distancia de dos bloques para eludirlos.
Crespito, después de una misión de avanzada, nos dijo que cerca habla un bohío recién pintado y un pozo de agua. Un helicóptero pasó muy bajo, por encima de nosotros. Volvió Crespito rumbo al bohío, pero regresó gritándonos que se acercaban cientos de milicianos...
En los contornos de San Blás, nos descubrieron. Nos tiraron con todos los hierros. Llovían balas hacia nosotros. Mi primo Humberto resultó herido, y paramos de disparar. Entonces nos capturaron. Un sargento, de color, nos permitió que atendiéramos a Ulloa, quien sangraba profusamente por el costado izquierdo. Le pusimos un torniquete, tal como nos habián enseñado en Guatemala.
¿Hacia dónde los llevaron?
Cada vez venían más y más milicianos. Pensé que no eran cubanos, ya que usaban unos collares muy raros, de huesos y cosas de esas, raras... Entonces, mi primo me dice que había reconocido a uno de los captores. Le dije que se callara, que no dijera nada, pero el muy 'cabezón' le gritó a ese militar, muy grueso 61: iEh, gordo!: ¿no te acuerdas de mi?...
El gordinflón vociferó: a éste lo vamos a fusilar primero... Yo regañé a mi primo: ¡Humberto, Humberto, te lo dije!... pero bueno: nos llevaron a un cacerío y nos dieron pan, agua, y mucha guayaba. iQue manera de haber guayaba allí! Después de tres horas de interrogatorios nos condujeron a Playa Girón. Ya antes habian llevado a Humberto y nos habían dicho que lo estaban operando..."
EN LA RASTRA DE LA MUERTE
Al llegar a Girón nos maltrataron: escupióndonos, insultándonos, amenazándonos con el paredón. Nos metieron en una casa donde habían muchos más prisioneros. Entre ellos vi a tres que fusilaron después. Uno fue Pérez Cruzata, quien había estado antes con Efigenio Amejeiras, Jefe de la Policia.
Estábamos decididos a afrontar lo que nos deparara el destino. En un cuarto habíamos más de treinta, y allí encontré a mi primo, tirado en el piso. No lo habían atendido.
Ya nos estamos acercando en la entrevista al momento en que más de cien brigadistas iban a ser introducidos en una rastra de fabricación norteamericana, que era empleada para transportar mercancías congeladas. Aunque no por esta vez, que iba a cargar una preciosa humanidad. A pesar de haber transcurridos treintiún años de ese bestial hecho, Emilio Valdés no puede evitar borrarlo de su mente y sufrir una fuerte emoción cuando habla del mismo. Con la voz afectada nos dice:
Nos alinearon frente a una rastra junto a la que estaba parado el Comandante Osmani Cienfuegos (hermano de Camilo). Un señor (Fernández Vila, Oficial del INRA - Instituto Nacional de la Reforma Agraria) lba llamando a muchos, incluyendo a heridos. En esa lista caímos mi hermano Francisco, Humberto y yo.
En el libro "The Bay of Pigs", su autor, Haynes Johnson, revela que el hijo de José Miró Cardona fue interrogado rudamente por Carlos Rafael Rodríguez, pero que no se doblegó a esa rata comunista. Cuando Fernández Vila pronunció el nombre de Erneido Oliva (capturado el 23 de Abril), Cienfuegos le preguntó que tenía que decir. Oliva respondió con su nombre, rango y número de serie. Vila le gritó que estaba insultando a Osmani, a lo que el prisionero erguidamente contestó: "Cállate, que tu no eres más que un ladrón del INRA."Oliva fue sacado de la rastra, lo que posiblemente salvó su vida.
Cuanda ya habían cerca de 110 brigadistas dentro de la rastra, los que eran vejados de palabra por Cienfuegos - Fernández Vila le dijo que se iban a morir asfixiados. Y así se expresó esa hiena de Castro: "No importa. De todas formas los vamos a fusilar! Tráiganme cuarenta cochinos más!
Buenooo.. sigamos ahora con el espantoso relato de nuestro entrevistado, Emilio Valdés:
Ciertas aquellas palabras de Osmani Cienfuegos. Yo las escuché.
Emilio está completamente emocionado. Le cuesta trabajo hablar. Se hace una pausa muy prolongada. Sergio, Orlando y el periodista también callamos. Le aconsejamos a Emilio que no se apure, que descanse. Ya repuesto, continua:
Yo estimo que habiamos 161 prisioneros en la rastra, y un joven de unos 20 años, campesino de la Ciénaga, que no se por qué lo pusieron con nosotros. Antes de entrar, tratamos de aclarar que 61 no era un invasor, pero no nos hicieron caso. Ese jóven fue uno de los que murió asfixiado.
Más de 40 heridos fueron tirados en su interior. Cerrada la puerta lateral, el vehículo fue puesto en movimiento. Tratamos desesperadamente de volcarlo lanzándonos todos contra los lados, pero inútilmente. Las paredes interiores estaban cubiertas con madera, creo de 'plywood', y lo demás era como macilla muy dura, como un zinc. Un paracaidista que sabía Karate logró romper algunas tablas.
Estábamos muy apiñados y el aire comenzaba a faltar. Fue horrible. La oscuridad era total. Se produció un caos. Difícil de describir aquellas escenas... En la parte de atrás de la rastra logramos hacer algunas hendiduras con los metales de nuestras correas, de nuestros cinturones, y un pedazo de hierro que apareció no se cómo. El Infierno del Dante me lució entonces un paseo por el Prado...
LA IMPRESIONANTE MUERTE DE JOSE MILLÁN
Logramos hacer unos cuatro huequitos de más o menos una pulgada y media cada uno, y claro, éramos muchos para todos poder usarlos. Esas ranuras fueron hechas como a unos tres pies del piso. En la parte del frente de la rastra se produce una gran agitación, ya que allí no había respiración alguna.
Algunos de esos hombres, ya casi desmayados, logramos cargarlos, pasarlos hacia atrás y ponerlos juntos a los huecos. Uno de ellos fue Arteaga, vecino mío en Cuba, quien prácticamente muerto, pudimos revivirlo. Mi hermano, el viejo Guerra y su hijo estaban al lado opuesto del ancho de la rastra.
El viejo Guerra nos arengó para que estuviésemos tranquilos pues asi nos ibamos a salvar. Yo use un hueco y después se lo di a un compañero. Unas naranjas que alguien logró introducir, o que un miliciano nos dio en Girón, nos sirvieron de mucho para calmar la sed. Sobre el piso ya estaban mezclados sudores y desechos humanos.
Poníamos nuestras camisas en las Paredes Para absorber la humedad y el frío de la noche, y pasándolas por nuestros cuerpos nos ayudaba a mantenernos vivos y alertas, pues si uno caía al piso, no se levantaba más. Ya algunos habían muerto. Y he aquí lo que más me impresionó en aquel trágico viaje de ocho horas...
Un compañero, José Millán, saltó del piso y me dio en la cara, sin querer... (las palabras se traban)... Me dejó saber su nombre y que tenía a su esposa e hijas en Miami. Entonces me confesó que se iba a morir en ese momento... que tenía a Jesucristo delante de 61... que nosotros seríamos salvados... No pasaron dos minutos, y Millán cayó muerto. A mi lado.
"La única gran alegría que tuve en toda esa odisea fue encontrarme a mi tío Rosendo Valdés, sano y salvo, en el Palacio de los Deportes."
Supimos que la rastra había llegado al Castillo del Príncipe. Después siguió hasta el Palacio de los Deportes, donde por fin, por primera vez, fue abierta una puerta lateral. Casi no podíamos levantarnos. Mi hermano y el viejo Guerra me ayudaron a salir. Cuando miré hacia atrás, vi a muchos cuerpos en el suelo.
Después supimos que hablan muerto nueve y uno poco después, incluyendo aquel jovencito que no era brigadista. Fue un espectáculo de horror. La culpabilidad directa fue de Osmani Cienfuegos. Noté en el Palacio que muchos militares hicieron gestos desaprobando aquel holocausto, aquella masacre e ignominia. Un verdadero acto de cobardía. Fidel Castro fue tan responsable como Osmani, por respaldarlo.
Cuando se escriba completa la historia de Bahia de Cochinos, se van a saber muchas cosas más.

SERGIO GILBERTO DIAZ MOREJÓN nació el 6 de Septiembre de 1926 en San Juan y Martínez, Pinar del Río. En un bote, salió de Cuba el 16 de Noviembre de 1960, desde la Laguna de la Leche. El 1ro. de Enero de 1961 se alistó en la Brigada 2506, llegando a los campamentos de Guatemala a los pocos días. Su número de Brigadista es el 3238, habíendo pertenecido al Batallón 2, Compañía F, operador de las ametralladoras calibre 30. Sergio Gilberto colaboró con su compañero Orlando Atienza en la redacción de la descripción de la Batalla de Playa Larga, en la que el participó heróicamente.
ORLANDO ATIENZA PEREZ navegó en el "Houston", que se adentró en la Bahía de Cochinos. Manejaba las "bazookas". En ese viejo barco de carga fueron trasladados a la zona de combate los Batallones 2 y 5. Fue comandado por el valeroso Capitán Morse quien desobedeció las órdenes de retirada de la C.I.A. y puso proa hacia Playa Larga, encallando la nave, ya muy averiada por la metralla de la aviaci6n castrista, contra los arrecifes. Orlando fue escogido por sus superiores como "El Soldado Más Destacado en Combate". Actualmente escribe una columna semanal en el periódico "20 de Mayo", de la "Fundación Nacional Cubano Americana".

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