Primera Huelga de hambre
La estrategia de la dirección del MININT con nosotros era hacernos la vida insoportable, no solamente en lo que se refiere a la comida. Estábamos sujetos a un régimen continuado de requisas, algunas veces dos diarias, al extremo que al sargento Sanguily un corpulento militar de más de 300 libras de peso y que encabezaba esas operaciones lo llamábamos «el Comandante Trapito», ya que los guardias se esforzaban en encontrar cualquier prenda de ropa durante las requisas. Además de estas molestias no teníamos ningún contacto con nuestros familiares, ni podíamos recibir nada de ellos, ya fuera correspondencia o algún alimento o medicina. La guarnición trató de imponernos un régimen peculiar para nuestro aseo. Dijeron que nos darían una toalla para cada 10 reclusos y lo mismo para afeitarnos, una cuchilla (soviética) para cada 10. Nos negamos a esa imposición y dejamos de bañarnos y afeitarnos. En fin, se nos había impuesto un «bloqueo» total . Varias semanas transcurrieron en esa situación y los ánimos se iban caldeando. Un día el jefe de Orden Interior nos comunicó que si no nos afeitábamos nos iban a llevar a la barbería del penal a la fuerza. A partir de ese momento, todos los días, después que terminaba el servicio en el comedor, que quedaba frente a nuestra sección comenzaba el rito de llevarnos a la barbería. Cada día nuestros gritos e insultos convertían al Cinco y Medio en un campo de batalla. El día que le tocó a mi celda entraron varios guardias hubo sus empujones e insultos y un guardia de más de seis pies de estatura me aplicó una llave en la garganta que me dejó sofocado. Me sacaron a rastras y en la barbería, tirado en el piso, debajo del sillón de barbero, me rasuraron la barba con una máquina eléctrica. La operación «barbería» aparentemente fue ganada por la guarnición pero lo cierto es que nuestro comportamiento y protesta nos ganaron la admiración de los demás presos del penal incluyendo los presos comunes.
El hambre nos agobiaba. De desayuno nos daban un poco de café aguado y un pequeño pedazo de pan. El almuerzo invariablemente era un poco de harina de maíz. Por la tarde recibíamos una cucharada y media de arroz, media cucharada de carne rusa y un poco de sopa indefinida. Tuvimos que adoptar medidas internas de disciplina para controlar la situación. Por ejemplo, si en una celda había cinco, cuando traían el pan, que no eran del mismo tamaño, sino unos más pequeños que otros, le tocaba a un preso escoger primero, después venía el número dos, etc. Al día siguiente el número dos pasaba a ser el primero y así sucesivamente. Ya se hablaba de ir a una huelga. El tema se iba haciendo popular y cada día ganaba adeptos. Yo no estaba de acuerdo, muchas veces las huelgas eran provocadas por la dirección del penal. Otras eran medidas defensivas que tomaban los presos para protegerse cuando ya no les quedaba otro recurso. En definitiva la tendencia pro-huelga predominó. Nos preparamos para esa acción o yo diría inacción. Llenamos los lavabos de agua y rechazamos la primera comida. Al día siguiente a la hora del almuerzo los guardias colocaron delante de cada celda unas bandejas con unos pescados que estaban tan bonitos que parecían hechos de cerámica. Era el contrataque de la dirección del penal para tratar de ablandar nuestra determinación. Es importante notar que desde el rechazo de la primera comida los guardias hicieron una requisa, vaciaron el agua de los lavabos y cortaron el agua a nuestra sección. Después empezaron las entrevistas y nos iban llevando, completamente desnudos, hasta la oficina del director del penal. Las opciones eran las mismas: la ropa o la huelga.
Según pasaban los días nos íbamos debilitando. Al tercer día si uno se levantaba muy rápido del piso la visión se le obscurecía. Curiosamente en ningún momento sentí sed. Quizás fuera porque no estábamos expuestos al sol y el ambiente dentro de la celda era más bien fresco. Terminado el ciclo de entrevistas los guardias comenzaron a buscar una transacción del problema. Nosotros habíamos creado un comité de huelga que era el que se comunicaba con las autoridades del penal. Nuestros planteamientos básicos eran la mejoría de la alimentación y mejores condiciones de aseo. En definitiva la dirección del penal prometió mejoras y nosotros decidimos terminar la huelga al quinto día.
Nuestra existencia después de la huelga continuó más o menos igual. La comida mejoró algo en cantidad pero todo lo demás siguió igual: no visitas, no correspondencia, no jabas. Entre el tiempo de la última visita en Isla de Pinos y el transcurrido en Pinar del Río ya llevábamos más de un año sin visitas. Estábamos totalmente aislados del mundo exterior. Un día de Octubre de 1967 alguien tiró un periódico por la ventana de la celda. Había sido un preso común que estaba limpiando el patio . En el periódico se anunciaba la muerte del Che Guevara en Bolivia.
Pero aun en la más negra oscuridad siempre hay un resquicio por donde entra la luz. En un ala de la Sección 4, que se encontraba directamente encima de nosotros, estaban alojados presos políticos castigados, que aunque no le habían plantado al uniforme azul, habían sido objeto de sanciones por incumplimiento de la disciplina de los campamentos. Su situación no era tan extrema como la nuestra y por lo tanto tenían visitas y correspondencia. A través de ellos, a muchos de los cuales conocíamos, recibíamos noticias e información del mundo exterior y de nuestras familias. Los presos políticos de la Sección 4 ocupaban sólo un ala de esa sección, la otra estaba ocupada por comunes de alto riesgo, es decir criminales. Nosotros habíamos logrado establecer cierta relación con algunos de esos comunes y ellos aceptaron bajarnos con una cuerda los suministros que les daban nuestros compañeros de la Sección 4 para nosotros. Este sistema funcionó durante algún tiempo hasta que en una ocasión un guardia que pasaba por la galería que une las secciones vio bajar una bolsa plástica con azúcar y a partir de ese momento colocaron a un militar de guardia en ese lado de la sección y por lo tanto se hizo imposible bajar más nada.
Sin embargo, la inventiva de los presos en circunstancias desesperadas es infinita. Para romper ese bloqueo se ideó el siguiente plan. En la última celda de la sección, debajo del ala ocupada por los presos políticos se comenzó a hacer un orificio en la caja eléctrica de la luz, donde no había ni bombillo ni zoquet. La perforación se llevaba a cabo utilizando un palo de trapear al que se le había amarrado en el extremo un pedazo de alambre grueso afilado. Este tipo de barreno lo operaba un preso sentado sobre los hombros de otro para poder alcanzar el techo. Durante varios días se estuvo realizando la perforación hasta que por fin el extremo del alambre se asomó por el piso de la celda de arriba. Se perfiló el agujero para que cupiera un cigarro. Así de esa manera nos iban enviando cigarros uno a uno. El azúcar, gofio o leche en polvo lo vertían por el agujero usando un embudo de cartón y abajo se colocaba una bolsa plástica para recibir el suministro. Una vez terminada la operación se tapaba el orificio en el piso de la celda de arriba utilizando una masa de macarrones debidamente coloreada para que no pudiera ser descubierto por los guardias. Una vez recibido el suministro el Muerto (un compañero de Regla, José Graña, empleado del cementerio municipal, de ahí el apodo) se encargaba de distribuirlo por las diferentes celdas sin que el guardia que estaba siempre sentado en el pasillo se diera cuenta. Esta vía de aprovisionamiento nunca fue descubierta por los guardias que a veces veían a un preso de la sección fumando y se quedaban atónitos pues ellos creían que en nuestra sección no se podía entrar nada del exterior.
Poco tiempo después vaciaron la Sección 4 en el segundo piso y nos trasladaron para esa sección. Debía ser a finales de Octubre de 1967. Como ya se aproximaba el invierno nos dieron una camiseta enguatada. Ya al terminar la huelga de hambre nos habían dado un calzoncillo por lo que ya no estábamos completamente desnudos. La desnudez fue un arma que utilizaba el régimen para desmoralizarnos y humillarnos. En los centros especiales de interrogatorios se utiliza esa técnica para provocar en el preso un estado de indefensión. Antes de entregarnos la ropa interior todo movimiento que hacían con nosotros constituía un espectáculo. Cuando, por ejemplo, tenían que llevar al botiquín a un grupo de presos, cuatro o cinco, a buscar alguna medicina o para algún servicio médico menor, necesariamente teníamos que ir por el pasillo central del penal dándose el caso de que a veces nos tropezábamos con algunas mujeres militares que pasaban por allí.
El grupo de «La Ciudad Desnuda», que se había mantenido estable después de la huelga de hambre, comenzó a aumentar lentamente pues otros presos políticos que se encontraban en el Cinco y Medio castigados pero no negados a vestir el uniforme azul, se quitaron el uniforme y fueron llevados para nuestra sección. De manera que esto se convirtió en una nueva preocupación para la dirección del penal pues su objetivo era terminar con el plante al uniforme azul y ahora veían como otros presos se unían a nosotros. Así sin mayores incidentes fue transcurriendo el resto de 1967 hasta llegar el mes de diciembre.
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