martes, 22 de mayo de 2018

PRESOS NEGADOS A VESTIR UNIFORME DE LOS COMUNES

LA CIUDAD DESNUDA

Por Manuel Barba

Al salir de la prisión de Sandino tuvimos que padecer las vicisitudes de un azaroso viaje, con una escala incluida, que nos llevó a la cárcel del Cinco y Medio, conocida como el feudo del Ñato.
De entrada tuvimos que pasar por las ya rutinarias, pero siempre tensas y peligrosas, entrevistas para imponernos el uniforme de los presos comunes. Afortunadamente al cabo de quince o veinte minutos el reeducador se cansó de presionarme; llamó a un guardia y le dijo: «Llévalo para allá». El soldado me condujo por una serie de pasillos, abrió una puerta y me ordenó: «Entra».
Estaba oscuro y no se podía distinguir el interior del local.  Traté de entrar pero una barrera humana me lo impedía. Pensé que se trataba de una galera y que los presos se habían agolpado en la puerta para ver quién era el recién llegado.  Me equivoqué.  Se trataba de un pequeño calabozo de castigo con capacidad para dos presos.  Yo fui el número veinte en entrar en  ese calabozo. El calor era asfixiante.  Aparte del hacinamiento humano que creaba una atmosfera sofocante, los calabozos se encontraban contiguos a la cocina del penal, con sus enormes fogones con quemadores de petróleo.  Al cabo de un rato sentí que me caían encima gotas de agua.  Pensé que había filtraciones en el techo, pero no era eso.  El calor de los cuerpos de los 20 presos se evaporaba y al llegar al techo se condensaba y comenzaba a caer en gotas.  No había espacio para sentarse en el suelo y descansar un rato.  Lo único que podíamos hacer era turnarnos para ponernos en cuclillas y así descansar los músculos de las piernas.  El calabozo no tenía ventanas, ni luz eléctrica, ni lavabo.  Sólo un hueco en la esquina, al que en presidio se le llamaba baño turco y encima del hueco, a medio pie de altura una tubería por la que salía un chorrito de agua.  Ese era el bebedero.
A las tres o cuatro horas de estar en el calabozo nos sacaron de allí y nos llevaron para la Sección 1.  La Sección 1 era un área rectangular dividida en dos hileras de celdas con un pasillo en el medio.
La rutina del Cinco y Medio continúo después que nos alojaron en la Sección l, en la cual habían habitado otros reclusos que no estaban, como nosotros, en situación de rebeldía. Esto nos permitió vivir con cierto desahogo; la comida empezó a llegar según se repartía a las demás secciones, es decir, no era un manjar pero al menos era una cantidad decente.
Pocos días después se oyó la voz de «Atención» y entró en la sección un grupo de altos oficiales del MININT que iban mirando dentro de las celdas.  No dijeron nada y se retiraron.  Al poco rato entró la guarnición en la sección e hizo una minuciosa requisa.  Se llevaron todos los alimentos, cigarros, etc. Toda la ropa que encontraron, que era ropa interior, fue también requisada.  Nos quedamos completamente desnudos.  Además de todo eso tuvimos la amarga sorpresa de que cuando llegó la comida nos sirvieron la mitad de la ración que nos daban anteriormente.  Ese día comenzó lo que un compañero bautizaría certeramente como La Ciudad Desnuda.

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