jueves, 31 de mayo de 2018

LA CIUDAD DESNUDA Y OTROS TESTIMONIOS


LA CIUDAD DESNUDA

Por Manuel Barba

Al salir de la prisión de Sandino tuvimos que padecer las vicisitudes de un azaroso viaje, con una escala incluida, que nos llevó a la cárcel del Cinco y Medio, conocida como el feudo del Ñato.
De entrada tuvimos que pasar por las ya rutinarias, pero siempre tensas y peligrosas, entrevistas para imponernos el uniforme de los presos comunes. Afortunadamente al cabo de quince o veinte minutos el reeducador se cansó de presionarme; llamó a un guardia y le dijo: «Llévalo para allá». El soldado me condujo por una serie de pasillos, abrió una puerta y me ordenó: «Entra».
Estaba oscuro y no se podía distinguir el interior del local.  Traté de entrar pero una barrera humana me lo impedía. Pensé que se trataba de una galera y que los presos se habían agolpado en la puerta para ver quién era el recién llegado.  Me equivoqué.  Se trataba de un pequeño calabozo de castigo con capacidad para dos presos.  Yo fui el número veinte en entrar en  ese calabozo. El calor era asfixiante.  Aparte del hacinamiento humano que creaba una atmosfera sofocante, los calabozos se encontraban contiguos a la cocina del penal, con sus enormes fogones con quemadores de petróleo.  Al cabo de un rato sentí que me caían encima gotas de agua.  Pensé que había filtraciones en el techo, pero no era eso.  El calor de los cuerpos de los 20 presos se evaporaba y al llegar al techo se condensaba y comenzaba a caer en gotas.  No había espacio para sentarse en el suelo y descansar un rato.  Lo único que podíamos hacer era turnarnos para ponernos en cuclillas y así descansar los músculos de las piernas.  El calabozo no tenía ventanas, ni luz eléctrica, ni lavabo.  Sólo un hueco en la esquina, al que en presidio se le llamaba baño turco y encima del hueco, a medio pie de altura una tubería por la que salía un chorrito de agua.  Ese era el bebedero.
A las tres o cuatro horas de estar en el calabozo nos sacaron de allí y nos llevaron para la Sección 1.  La Sección 1 era un área rectangular dividida en dos hileras de celdas con un pasillo en el medio.
La rutina del Cinco y Medio continúo después que nos alojaron en la Sección l, en la cual habían habitado otros reclusos que no estaban, como nosotros, en situación de rebeldía. Esto nos permitió vivir con cierto desahogo; la comida empezó a llegar según se repartía a las demás secciones, es decir, no era un manjar pero al menos era una cantidad decente.
Pocos días después se oyó la voz de «Atención» y entró en la sección un grupo de altos oficiales del MININT que iban mirando dentro de las celdas.  No dijeron nada y se retiraron.  Al poco rato entró la guarnición en la sección e hizo una minuciosa requisa.  Se llevaron todos los alimentos, cigarros, etc. Toda la ropa que encontraron, que era ropa interior, fue también requisada.  Nos quedamos completamente desnudos.  Además de todo eso tuvimos la amarga sorpresa de que cuando llegó la comida nos sirvieron la mitad de la ración que nos daban anteriormente.  Ese día comenzó lo que un compañero bautizaría certeramente como La Ciudad Desnuda.

 Primera Huelga de hambre

La estrategia de la dirección del MININT con nosotros era hacernos la vida insoportable, no solamente en lo que se refiere a la comida.  Estábamos sujetos a un régimen continuado de requisas, algunas veces dos diarias, al extremo que al sargento Sanguily un corpulento militar de más de 300 libras de peso y que encabezaba esas operaciones lo llamábamos «el Comandante Trapito», ya que los guardias se esforzaban en encontrar cualquier prenda de ropa durante las requisas.  Además de estas molestias no teníamos ningún contacto con nuestros familiares, ni podíamos recibir nada de ellos, ya fuera correspondencia o algún alimento o medicina. La guarnición trató de imponernos un régimen peculiar para nuestro aseo.  Dijeron que nos darían una toalla para cada 10 reclusos y lo mismo para afeitarnos, una cuchilla (soviética) para cada 10.  Nos negamos a esa imposición y dejamos de bañarnos y afeitarnos.  En fin, se nos había impuesto un «bloqueo» total.  Varias semanas transcurrieron en esa situación y los ánimos se iban caldeando.  Un día el jefe de Orden Interior nos comunicó que si no nos afeitábamos nos iban a llevar a la barbería del penal a la fuerza. A partir de ese momento, todos los días, después que terminaba el servicio en el comedor, que quedaba frente a nuestra sección comenzaba el rito de llevarnos a la barbería.  Cada día nuestros gritos e insultos convertían al Cinco y Medio en un campo de batalla.  El día que le tocó a mi celda entraron varios guardias hubo sus empujones e insultos y un guardia de más de seis pies de estatura me aplicó una llave en la garganta que me dejó sofocado. Me sacaron a rastras y en la barbería, tirado en el piso, debajo del sillón de barbero, me rasuraron la barba con una máquina eléctrica.  La operación «barbería» aparentemente fue ganada por la guarnición pero lo cierto es que nuestro comportamiento y protesta nos ganaron la admiración de los demás presos del penal incluyendo los presos comunes.
El hambre nos agobiaba.  De desayuno nos daban un poco de café aguado y un pequeño pedazo de pan.  El almuerzo invariablemente era un poco de harina de maíz.  Por la tarde recibíamos una cucharada y media de arroz, media cucharada de carne rusa y un poco de sopa indefinida.  Tuvimos que adoptar medidas internas de disciplina para controlar la situación.  Por ejemplo, si en una celda había cinco, cuando traían el pan, que no eran del mismo tamaño, sino unos más pequeños que otros, le tocaba a un preso escoger primero, después venía el número dos, etc.  Al día siguiente el número dos pasaba a ser el primero y así sucesivamente. Ya se hablaba de ir a una huelga.  El tema se iba haciendo popular y cada día ganaba adeptos.  Yo no estaba de acuerdo, muchas veces las huelgas eran provocadas por la dirección del penal.  Otras eran medidas defensivas que tomaban los presos para protegerse cuando ya no les quedaba otro recurso.  En definitiva la tendencia pro-huelga predominó.  Nos preparamos para esa acción o yo diría inacción.  Llenamos los lavabos de agua y rechazamos la primera comida.  Al día siguiente a la hora del almuerzo los guardias colocaron delante de cada celda unas bandejas con unos pescados que estaban tan bonitos que parecían hechos de cerámica.  Era el contrataque de la dirección del penal para tratar de ablandar nuestra determinación. Es importante notar que desde el rechazo de la primera comida los guardias hicieron una requisa, vaciaron el agua de los lavabos y cortaron el agua a nuestra sección. Después empezaron las entrevistas y nos iban llevando, completamente desnudos, hasta la oficina del director del penal. Las opciones eran las mismas: la ropa o la huelga.
Según pasaban los días nos íbamos debilitando.  Al tercer día si uno se levantaba muy rápido del piso la visión se le obscurecía.  Curiosamente en ningún momento sentí sed. Quizás fuera porque no estábamos expuestos al sol y el ambiente dentro de la celda era más bien fresco.  Terminado el ciclo de entrevistas los guardias comenzaron a buscar una transacción del problema.  Nosotros habíamos creado un comité de huelga que era el que se comunicaba con las autoridades del penal.  Nuestros planteamientos básicos eran la mejoría de la alimentación y mejores condiciones de aseo.  En definitiva la dirección del penal prometió mejoras y nosotros decidimos terminar la huelga al quinto día.
Nuestra existencia después de la huelga continuó más o menos igual.  La comida mejoró algo en cantidad pero todo lo demás siguió igual: no visitas, no correspondencia, no jabas.  Entre el tiempo de la última visita en Isla de Pinos y el transcurrido en Pinar del Río ya llevábamos más de un año sin visitas.  Estábamos totalmente aislados del mundo exterior.  Un día de Octubre de 1967 alguien tiró un periódico por la ventana de la celda. Había sido un preso común que estaba limpiando el patio.  En el periódico se anunciaba la muerte del Che Guevara en Bolivia.
Pero aun en la más negra oscuridad siempre hay un resquicio por donde entra la luz. En  un ala de la Sección 4, que se encontraba directamente encima de nosotros, estaban alojados presos políticos castigados, que aunque no le habían plantado al uniforme azul, habían sido objeto de sanciones por incumplimiento de la disciplina de los campamentos. Su situación no era tan extrema como la nuestra y por lo tanto tenían visitas y correspondencia.  A través de ellos, a muchos de los cuales conocíamos, recibíamos noticias e información del mundo exterior y de nuestras familias. Los presos políticos de la Sección 4 ocupaban sólo un ala de esa sección, la otra estaba ocupada por comunes de alto riesgo, es decir criminales.  Nosotros habíamos logrado establecer cierta relación con algunos de esos comunes y ellos aceptaron bajarnos con una cuerda los suministros que les daban nuestros compañeros de la Sección 4 para nosotros.  Este sistema funcionó durante algún tiempo hasta que en una ocasión un guardia que pasaba por la galería que une las secciones vio bajar una bolsa plástica con azúcar y a partir de ese momento colocaron a un militar de guardia en ese lado de la sección y por lo tanto se hizo imposible bajar más nada.
Sin embargo,  la inventiva de los presos en circunstancias desesperadas es infinita.  Para romper ese bloqueo se ideó el siguiente plan.  En la última celda de la sección, debajo del ala ocupada por los presos políticos se comenzó a hacer un orificio en la caja eléctrica de la luz, donde no había ni bombillo ni zoquet.  La perforación se llevaba a cabo utilizando un palo de trapear al que se  le había amarrado en el extremo un pedazo de alambre grueso afilado.  Este tipo de barreno lo operaba un preso sentado sobre los hombros de otro para poder alcanzar el techo.  Durante varios días se estuvo realizando la perforación hasta que por fin el extremo del alambre se asomó por el piso de la celda de arriba.  Se perfiló el agujero para que cupiera un cigarro.  Así de esa manera nos iban enviando cigarros uno a uno.  El azúcar, gofio o leche en polvo lo vertían por el agujero usando un embudo de cartón y abajo se colocaba una bolsa plástica para recibir el suministro. Una vez terminada la operación se tapaba el orificio en el piso de la celda de arriba utilizando una masa de macarrones debidamente coloreada para que no pudiera ser descubierto por los guardias.   Una vez recibido el suministro el Muerto (un compañero de Regla, José Graña, empleado del cementerio municipal, de ahí el apodo) se encargaba de distribuirlo por las diferentes celdas sin que el guardia que estaba siempre sentado en el pasillo se diera cuenta.  Esta vía de aprovisionamiento nunca fue descubierta por los guardias que a veces veían a un preso de la sección fumando y se quedaban atónitos pues ellos creían que en  nuestra sección no se podía entrar nada del  exterior.
Poco tiempo después vaciaron la Sección 4 en el segundo piso y nos trasladaron para esa sección.  Debía ser a finales de Octubre de 1967.  Como ya se aproximaba el invierno nos dieron una camiseta enguatada.  Ya al terminar la huelga de hambre nos habían dado un calzoncillo por lo que ya no estábamos completamente desnudos. La desnudez fue un arma que utilizaba el régimen para desmoralizarnos y humillarnos.  En los centros especiales de interrogatorios se utiliza esa técnica para provocar en el preso un estado de indefensión.  Antes de entregarnos la ropa interior todo movimiento que hacían con nosotros constituía un espectáculo. Cuando, por ejemplo, tenían que llevar al botiquín a un grupo de presos, cuatro o cinco, a buscar alguna medicina o para algún servicio médico menor, necesariamente teníamos que ir por el pasillo central del penal dándose el caso de que a veces nos tropezábamos con algunas mujeres militares que pasaban por allí.
El grupo de «La Ciudad Desnuda», que se había mantenido estable después de la huelga de hambre, comenzó a aumentar lentamente pues otros presos políticos que se encontraban en el Cinco y Medio castigados pero no negados a vestir el uniforme azul, se quitaron el uniforme y fueron llevados para nuestra sección.  De manera que esto se convirtió en una nueva preocupación para la dirección del penal pues su objetivo era terminar con el plante al uniforme azul y ahora veían como otros presos se unían a nosotros. Así sin mayores incidentes fue transcurriendo el resto de 1967 hasta llegar el mes de diciembre.

Segunda Huelga de Hambre

Como ellos no cejaban en su intento de que nos vistiéramos, ya finalizando el año, pusieron en marcha otro plan para llevarnos a otra huelga.  En esta ocasión sacaron a cuatro o cinco del grupo y los llevaron para las celdas de los presos comunes.  Desde el comienzo de la república nunca los presos políticos habían sido mezclados con los presos comunes.  Esta norma se había mantenido hasta ahora, ocasión en que los comunistas lo hicieron para provocar una reacción de nuestra parte.  En honor a la verdad, en las ocasiones en que fuimos mezclados con los comunes ellos nos trataron con respeto.  En algunos casos sí se suscitaron problemas y fue porque hubo presos comunes que conscientemente se prestaron a los planes y provocaciones del régimen a cambio de beneficios y prebendas.  En esta ocasión, los cuatro o cinco presos, que fueron internados en la sección de los presos comunes se plantaron en huelga de hambre.  Recuerdo que Vicente Castro, ya fallecido,  se encontraba entre ellos.  Han pasado muchos años y es difícil recordar todos los detalles.  Cuando supimos que nuestros compañeros se habían declarado en huelga de hambre la sección completa se sumó a la huelga.  Esta vez no hubo necesidad de someter la propuesta a votación o realizar consultas.  Fue una decisión unánime. La dirección del penal no nos cortó el agua lo cual indicaba que la huelga iba a ser prolongada. Una huelga «seca» puede crear condiciones serias de salud después de los cinco o seis días: deshidratación, problemas renales, desbalances de la presión arterial, etc.  Tomando agua se puede pasar de tres semanas o aún más.  Una huelga larga siempre está del lado de las autoridades, porque las huelgas de hambre no se hacen para morir, sino para conseguir objetivos mediante negociaciones.  Además las huelgas de hambre que se apoyen en una publicidad bien montada sirven para presionar a las autoridades.  Nosotros carecíamos de ese elemento y teníamos que ir a la huelga como se decía popularmente «al duro y sin careta».
Así que fuimos a esta segunda huelga en el Cinco y Medio con la moral y dignidad como nuestras únicas armas.
Pasaron los días y ya al cuarto día nuestros carceleros comenzaron a dar señales de que querían negociar. Nuestra primera demanda fue para que sacaran a nuestros compañeros de las celdas de los comunes.  Como al sexto día se llegó a un acuerdo, trajeron a nuestros compañeros y se terminó la huelga.  Creo que en esos momentos trajeron al Dr. Obeso, un médico preso que estaba en el plan de rehabilitación para que nos examinara.  Nos dijo que había que tener cuidado al empezar a comer pues nuestros organismos estaban débiles y sugirió que tomáramos un poco de agua con azúcar. Uno de nuestros compañeros, Eduardo Ojeda Camaraza, le preguntó que había de comida en la cocina.  Obeso le dijo: «Creo que harina de maíz».  A lo que Ojeda le ordenó: «Manda a traer la harina para acá, coño».
Pero el acontecimiento principal de ese día no fue el fin de la huelga.  Unas horas más tarde, ya sobre medianoche, llegó un grupo de oficiales del Minint y nos dijeron que íbamos a ser trasladados.  Un poco después de la una de la madrugada nos condujeron al patio de la prisión donde estaba estacionado un ómnibus de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y nos mandaron subir.  Nosotros en calzoncillo y camiseta enguatada blanca parecíamos un equipo de balompié, excepto por nuestros rostros pálidos y macilentos.  No todos fuimos trasladados.  Los que eran residentes de la provincia de Pinar del Río se quedaron en el Cinco y Medio, lo cual sentimos mucho pues ya llevábamos varios meses juntos pasando trabajos y vicisitudes.   El ómnibus se dirigió hacia el este lo cual nos tranquilizó pues ya no íbamos de regreso a los campamentos de Sandino, en el extremo occidental de la provincia. Viajábamos por la carretera que bordea la costa norte.  Todos teníamos la esperanza de ir para la Cabaña que era donde estaban muchos de nuestros compañeros de Isla de Pinos.  Llegamos después de varias horas a las playas de Marianao.  El ómnibus paró en un semáforo y al lado había una guagua de la ruta 32 cargada de gente que iba para su trabajo. Aún recuerdo las expresiones de asombro, temor y sorpresa de los pasajeros cuando nos miraban, tratando de adivinar quiénes éramos.  Seguimos por la Quinta Avenida, después por el túnel y entramos en el malecón.  Ya todos teníamos la certeza de que íbamos para la Cabaña, pero al llegar a Paseo el ómnibus dobló hacia la derecha. Nuestro destino era  el Castillo del Príncipe.
En el Príncipe nos condujeron hasta la Estrella, el patio central de la prisión, y de allí a una sección llamada la Zona 1, que era la sección de castigo del penal.  La sección estaba dividida en cinco galeras que daban a un pequeño patio.  Las dos más pequeñas ya habían sido vaciadas y estaban esperando por nosotros.  Las otras tres estaban ocupadas por presos comunes.  Era la Navidad de 1967, y sencillamente nos depositaron en esas dos galeras.  La alimentación era más abundante que la que nos daban en el Cinco y Medio.  Nos dimos cuenta que nos habían llevado para ese lugar para que nos recuperáramos un poco después de tantos meses de escases de alimentos y de la recién terminada huelga de hambre.
El año 1968 comenzó en esas condiciones.  El 31 de diciembre por la noche oíamos la música de los bailes en la Plaza de la Revolución.  El pueblo se divertía ajeno a que a pocas cuadras de distancia había un grupo hombres aislados del mundo que ya llevábamos años presos.  Pero era una época en que muy pocos escuchaban.  Así estuvimos en el Príncipe alrededor de un mes.  Un día nos dijeron que íbamos a ser trasladados; como de costumbre no nos dijeron para donde.  Subimos al ómnibus y bajamos de nuevo por Paseo.  Al llegar al malecón doblamos hacia la derecha.  Esta vez sí, íbamos para la Cabaña.  Tomamos el túnel de La Habana y enseguida llegamos a la vieja fortaleza.  Nos ordenaron bajar cerca del puentecito que pasa sobre el foso.  De uno en uno íbamos caminando despacio, cansados.  Hacía mucho tiempo que no caminábamos ni una cuadra.  Era un ejército alba, con sus camisetas y calzoncillos blancos. Demacrados y tambaleantes, fuimos entrando en el patio de la prisión de La Cabaña. Todos los presos en sus galeras, asomados a las rejas. Un silencio solemne.  La fila fue desfilando por el patio y de pronto estalló el himno nacional, espontáneo, al unísono, desde todas las galeras, como si un director invisible dirigiera ese coro impresionante que nos daba la bienvenida con un abrazo patriótico, fraternal, solidario.

NOTA

Toda esta odisea de la ropa con huelgas de hambre y castigos se presentó con infinidad de variantes por toda Cuba, desde la aquí narrada que comienza por Sandino en el extremo occidental de Pinar del Río, hasta las cárceles de Tres Masíos y Puerto Boniato en Oriente; pasando por la Cabaña en La Habana y Morón en Ciego de Ávila, entre otras.
 
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LAS GAVETAS DE TRES MASÍOS

Por Alcides Martínez Calzadilla

En los meses finales del año 1957, me incorporé a los esfuerzos por derrocar al gobierno de Fulgencio Batista. Al año siguiente ya me encontraba trabajando en las actividades de apoyo y suministros a las fuerzas  que se encontraban alzadas en el área.
Al triunfo de la revolución comencé a trabajar en el INRA. Tomó poco tiempo para darme cuenta que aquello no era lo que yo quería para mi país y me integré a la lucha revolucionaria democrática.
Militando en el Movimiento Demócrata Cristiano de Cuba, aun después del fracaso del 17 de Abril de 1961, continué trabajando en la creación de un pequeño foco guerrillero, pero en cuanto la tiranía lo detectó, lo aplastó. El territorio se convirtió en una Zona de «Operaciones Especiales» y se creó un verdadero infierno. El lugar se llama Arroyo Blanco; allá fueron llevados y torturados centenares de presos políticos.  Usaron profusamente los fusilamientos simulados; es decir colocar a los detenidos frente a un pelotón  con todo tipo de armas y disparar sólo a los que iban matar; los que quedaban vivos casi siempre salían con las ropas manchadas de los restos de las cabezas y sangre de los que asesinaban.Cuando esto terminó, habían  fusilado a 28 hombres y una mujer,  entre los fusilados se encontraba Carlos Campos Martínez quien cuando me detuvieron y fui  llevado a una prisión preventiva o de tránsito, la segunda noche, pasó frente a mi celda demacrado, con los dedos de la mano hinchados y ensangrentados, me los mostró y me susurró al paso: «La cosa ha sido muy dura, pero no tienes problema, no he dicho nada». Al día siguiente lo sacaron de nuevo y finalmente lo fusilaron.
A mí me llevaron para el «castillito», la sede del
G-2 en Santiago de Cuba; el lugar había sido la residencia de alguna familia patricia santiaguera, creo que de los Bacardí, en fin, se convirtió en un eficiente centro de investigación, interrogatorios y tortura. Lleno de salones y habitaciones con paredes gruesas imitando a piedra, todo al estilo de una construcción medieval; en vez, de puertas habían sólidas rejas; allí me confrontaron, por separado, con Pedro L. Piedra y Walfredo Corral Socias, este último era el responsable de acción del MDC en Guantánamo. En ambos casos teníamos una idea de quienes éramos; habíamos sido alumnos del Colegio de La Salle de Guantánamo, en una etapa similar, de cuarto a sexto grado, pero no manteníamos amistad o contactos recientes. Me hicieron acusaciones muy graves, realizaron una pantomima de juicio y fui condenado a 10 años de prisión.
De la cárcel  de Boniato fui trasladado a Isla de Pinos, en el mes de agosto de 1962. Allí nos sorprendió la «Crisis de Octubre», estando aún en los «pabellones de castigo» y cuando terminó, fui llevado para la circular 3, posteriormente estuve en la circular 1 hasta que poco antes de empezar el Plan de Trabajo Forzado me trasladaron a la circular 4, y me asignaron a la Brigada 76 del tristemente célebre «Bloque 19». Más tarde fuimos ubicados en el Edificio # 5.
Cuando el Plan de Trabajo terminó, fui trasladado a la Cabaña donde vino el nuevo ataque del régimen carcelario con el plan «progresivo» y querer darnos el uniforme de presos comunes, esto hizo que nos quedarnos en calzoncillos y así nos repartieron por provincias. Fui a parar a Boniato, de donde nos llevaron para unas granjas que albergaban presos comunes; una de ellas situada en el área de Bayamo llamada Tres Masíos y la otra en la zona de Manzanillo con el nombre de San Ramón. En ambas granjas había unas celdas de castigo que se encontraban fuera del perímetro o cordón, para un preso esto último tiene un componente psicológico muy inquietante, es estar como fugado y expuesto a cualquier barbaridad represiva.
Tres Masíos, fue quizás, la peor. Era un edificio rectangular, con techo y paredes de concreto. Dentro habían seis «gavetas»; estos cubículos de pequeñas dimensiones estaban destinados a presionar o castigar a los presos, los hubo en varias prisiones, de diferentes tamaños y formas; verticales, horizontales, individuales y colectivos. Las gavetas de Tres Masíos daban a un pasillo de tres pies de ancho y medían siete pies de fondo, otros siete pies de altura y el ancho no llegaba a dos pies, tenían una puerta enrejada, reforzada con una plancha de metal, que se abría al pasillo; el techo también estaba enrejado. En esa cámara de tortura introducían hasta cuatro o cinco presos.  Uno se acostaba de lado y los otros permanecían de pie con las piernas  abiertas a los costados del que yacía en el piso. En la pared del fondo había una pila de agua (sin agua) y debajo en el piso, a medio pie de la pared, un hueco que por supuesto nunca funcionó. Si tratábamos de orinar frente a las celdas, en el mejor de los casos, el hedor era insoportable; en el peor, se corría hacia dentro de la gaveta, donde siempre había un recluso acostado. Esto sucedió, en los primeros días, mientras nos quedaban algunos fluidos y sólidos por evacuar. Inimaginable. Lo más lejos que se podía tirar algo eran los tres pies al frente a la gaveta. La peste era insoportable y ni las manos limpias, En estas condiciones no era posible permanecer. Decidimos «plantar» hasta el final en una huelga de hambre. Nuestro objetivo era que nos llevaran a una cárcel de presos políticos.
La respuesta fue trasladarnos para la «caja de caudales» de San Ramón, esta celda era dos veces más ancha que las gavetas, con una plancha metálica con candado como puerta y el techo de concreto, tenía además la llave sin agua y el consabido agujero. Cabíamos los seis plantados sentados y acurrucados.
Las Gavetas de Tres Masíos
Las Gavetas de Tres Masíos
Pasados diez o doce días comenzaron a sacarnos amarrados a una de las garitas de observación, allí nos ataban a una cama de metal que tenían bajo la garita y los guardas nos abrían  la boca, forzando una cuchara y con las rodillas de otro guarda en el pecho y estómago, nos apretaban la nariz para obligarnos a respirar por la boca; al final de este «ejercicio» y después de habernos hecho tragar alguna cantidad de sopa o caldo, nos retornaban, a la caja. De regreso lo vomitábamos todo, con los días el hedor era  insoportable. En las condiciones en que estábamos, golpeados, sangrando por la boca, no podíamos tenernos de pie y nos manteníamos acurrucados en el piso, ya con mucho frío, a pesar de lo cerrado del edificio y de las bombillas enormes en el techo. Así fuimos, poco a poco, cayendo en un estado de delirio o algo por el estilo. Es decir desvanecidos, perdiendo la noción del tiempo.
De los 6 que estábamos juntos esta última etapa fueron sacando a los que se ponían más graves, primero sacaron a Enrique Vázquez, le siguió Pablo Peña, más adelante Rolando Nieves, y después los seguí yo; era el día 54 desde que comenzamos la huelga. Días más tarde sacaron a los dos que quedaban: Orlando Peña y Antonio María Rivero, estos hicieron 60 días de huelga.
A medida que salíamos nos daban seguridad de que iríamos a una prisión de presos políticos y nos trasladaban para el hospital de la cárcel de Boniato, donde, hasta cierto punto, superamos el estado de postración en que habíamos quedado.
Regresamos para La Cabaña  a finales de Julio de 1968; días después fuimos llevados al hospital del Castillo del Príncipe para curar secuelas de la huelga y finalmente nos trasladaron para la prisión de Guanajay donde nos dieron el uniforme de presos políticos. Comenzó entonces una larga etapa de recuperación física y mental. Tuve que aprender a caminar y pensar de nuevo. En realidad la pierna izquierda nunca me quedó bien.
Me soltaron de Guanajay el 20 de Diciembre del 1971 tras cumplir los 10 años de mi sanción. Tuve la suerte de salir rumbo a España al año siguiente, el 10 de octubre de 1972.
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EL NUMERO DE PRESOS POLITICOS

Por Byron Miguel

La cantidad de presos políticos «juzgados» y condenados que ha habido en Cuba durante los años de involución castrista es tema de muchas conjeturas debido al intenso secretismo de la tiranía; podemos sin embargo, hacer algunas afirmaciones fuera de toda duda.
Desde que comenzó a funcionar el Presidio Modelo de Isla de Pinos en 1930 se le asignaba a los reclusos un número por orden de llegada que estaba destinado a encabezar su expediente. A los primeros presos del castrismo, es decir los militares y miembros del gobierno de Batista, que llegaron en el mes de mayo de 1959, les fueron asignados números que comenzaban por los veinte tres mil, esto significaba que cuando ellos llegaron al presidio ya habían pasado por el mismo unos veinte tres mil reclusos desde su inauguración.
A partir de ese mes de mayo, sólo ingresarían en el Presidio Modelo los presos políticos que se oponían al régimen de Fidel Castro.
El número más bajo que tenemos de los militares mencionados es el 23004, que fue otorgado a Arsenio Arasola Rodríguez. El número más alto anotado es el 36547 que corresponde a Reinaldo Villafranca de la Portilla fichado en el mes de Diciembre de 1966. Con esto podemos concluir que estuvieron cumpliendo condenas en el Presidio Modelo un mínimo de 13,543 presos políticos (36547-23004=13,543); pueden habérsenos «escapado» algunos reclusos con números inferiores al 23004 o superiores al 36547, pero esto sólo haría aumentar el monto de los condenados.
Hay que tener en cuenta también que al principio iban para Presido Modelo algunas condenas cortas de tres, cinco o seis años, y todas las largas de nueve, diez, veinte o treinta años, que eran las más frecuentes, pero a partir de 1964 sólo iban las condenas largas; las cortas se repartían por las cárceles provinciales como la de Boniato en  Oriente, y ya aquí el cálculo se hace más difícil por no existir una numeración oficial como la de Isla de Pinos.
Es necesario aclarar que en muchos de estos reclusorios provinciales había también presos comunes, aunque no solían mezclarlos con los presos políticos.
Los datos que se han obtenidos de las cárceles provinciales que tenemos anotadas están sujetos a cálculos especulativos; no tenemos datos concluyentes al respecto.Sólo se podría decir que, tomando en cuenta a los reclusos de las cárceles provinciales, a los 13,543 presos de Isla de Pinos pueden sumárseles varios miles más.
A esto hay que añadir el número de mujeres que cumplieron condenas en las cárceles de Guanajay, Nuevo Amanecer o Manto Negro. En la lista del expreso político Raúl Pérez Coloma, que es la máxima autoridad en estas cuestiones, aparecen los nombres de 844 mujeres, este número es producto de una recolección lógica y necesariamente incompleta dado el secretismo oficial.
A partir de los años setenta, debido al control totalitario alcanzado por la tiranía, el número de detenciones y condenas disminuye, pero el proceso de represión sigue vigente y se hace más difícil aún hacer un cálculo del total de presos políticos cuyo número no ha cesado de crecer; esto se corrobora con la detención y condena, ya en el siglo XXI, del conocido grupo de «Los 75». Quizá nunca sepamos la cantidad exacta pero es evidente y fuera de toda duda que han sido miles.
Miles de testigos que pueden dar fe de la incesante represión ejercida por el castro-comunismo.
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CONCLUSIONES

En Cuba, a la caída del régimen dictatorial de Fulgencio Batista en 1959, no hacía falta una revolución social. En los últimos años de la década de los treinta y durante los gobiernos democráticos del Partido Revolucionario Autentico (1944 a 1952), de filiación Social-Demócrata, se habían realizado reformas sociales que colocaban a nuestro país en la vanguardia latinoamericana en cuanto a leyes que beneficiaban a las clases más desposeídas. Este proceso de mantener un justo equilibrio social es un quehacer perenne, no tiene fin; las circunstancias económicas cambian, el hombre no es perfecto, y no hay soluciones para siempre. En el caso cubano hubiera bastado seguir el ritmo de progreso social que desde hacía años se había establecido. En realidad todo podía haberse encaminado restableciendo la Constitución de 1940 y celebrando unas elecciones democráticas para tener un gobierno estable; pero Fidel Castro necesitaba para él un régimen totalitario y el modelo más eficaz para lograr este objetivo era el marxismo-leninismo con sus inhumanos atributos y sus desastrosos resultados económicos.
Hoy el socialismo real ha desaparecido, pero se mantiene aún como una utopía que ha demostrado ser sumamente útil para obtener un poder absoluto y justificar el crimen para mantenerlo.
No es correcto llamar a lo acontecido en Cuba durante más de medio siglo una revolución; en realidad lo que ha padecido el pueblo cubano es una descabellada involución, producto de la egolatría de un hombre que siempre ha creído saberlo todo, para inmiscuirse en todo y decidirlo todo. Durante años el pueblo cubano ha vivido sujeto a las ocurrencias y fantasías de un «máximo líder» cuyo último fin ha sido perpetuarse en el poder para siempre. Es así como pueden comprenderse tantas ejecuciones, tantos presos políticos, tantos cubanos exiliados y una economía en ruinas;esto último no ha sido el producto de un bloqueo con miles de agujeros, sino de la inoperancia del sistema, como lo ha demostrado plenamente el auge económico experimentado por Rusia, China y Europa del Este con la desaparición del comunismo.
Por otra parte desde que comenzó el «castrismo» nuestra nación  ha vivido como un parásito; primero de la Unión Soviética, lo que nos hizo vivir en el volcán de una guerra atómica durantela «crisis de los cohetes»; después apareció el mecenas venezolano, a lo que paradójicamente se añade el vilipendiado exilio cubano, que agobiado por la situación de miseria en que viven sus familiares en la isla, tratan de dar alivio a las cotidianas carencias que padece el pueblo cubano enviando ropa, alimentos y dinero en efectivo. Esto último ha sido explotado maquiavélicamente por el gobierno castrista.
No hay duda de que haría falta la edición de numerosos volúmenes para relatar lo ocurrido en Cuba durante la tiranía castro-comunista y las consecuencias que estos acontecimientos han tenido. Los testimonios aquí expuestos dejan ver quizá el aspecto más dramático del proceso, pero peor ha sido el deterioro económico y social que ha traído para todo el pueblo cubano.

EL PRESIDIO POLÍTICO CUBANO

En la Cuba futura habrá que hacer historia; el totalitarismo castrista no ha permitido en más de medio siglo dar a conocer hechos que necesariamente saldrán a la luz cuando llegue su inevitable final.
Los testigos que aquí escriben, son sólo eso, simples testigos que presenciaron y padecieron en carne propia los acontecimientos que a continuación se relatan y que en un futuro serán conocidos.
El contenido de lo aquí descrito es un tema tabú para muchos intelectuales bien intencionados que escriben sobre Cuba; creen, en el mejor de los casos, que presentar esta realidad del régimen castrista los priva de objetividad y que en definitiva ya nada pueden remediar; muertos, presos políticos y atrocidades deben de ser soslayados para poder ir a Cuba, ser recibidos y entrevistarse con los funcionarios que les asignan. Otros, no tan bien intencionados, que sustentan principios ajenos a la izquierda democrática a la que dicen representar, se resisten a tener en cuenta las «exagera-ciones de burgueses ricos y explotadores que perdieron sus privilegios»; entre estos viajeros se destacan los aprendices de «máximo líder», que ven en el sistema político imperante en Cuba el ejemplo más acabado y eficaz de cómo mantenerse indefinidamente en el poder.
Es oportuno aclarar que la inmensa mayoría de los presos políticos cubanos era gente joven, de clase media, obreros y campesinos, que no habían luchado por sus intereses materiales. Su lucha fue por los principios y derechos que el régimen iba conculcando con el ejercicio de su poder totalitario, y que a la postre traería como resultado el empobreciendo toda la sociedad cubana.
Por otra parte cuesta creer la poca información que tiene el exilio de lo acontecido a los presos políticos, a pesar de lo que se ha escrito ya sobre el tema. En la década de los sesenta los exiliados carecían del poder económico y mediático que hoy tienen y el tema no tuvo la difusión que merecía, más tarde era comprensible aquello de que había mucha miseria en el mundo para leer sobre más miseria y horrores; en realidad eran y son lecturas difíciles, pero lamentablemente los abusos, atropellos y crímenes tienen su triste historia, están vigentes y siguen su curso; no se pueden olvidar.
En cuanto a los cubanos que residen en la Isla; la ignorancia sobre el tema, en especial entre la población menor de sesenta años, es prácticamente total.  No es una exageración, es la realidad. El régimen ha sido sumamente habilidoso para ocultar estos hechos y evitar que lleguen al conocimiento del pueblo.
En la actualidad los nuevos medios de fotografía y comunicación electrónica, hacen más difícil ocultar lo que ocurre; por lo menos en el exterior. Hoy, la huelga de hambre de un disidente puede ser seguida e informada en detalle por la prensa internacional; en la época que relatamos solamente los familiares más cercanos a las victimas podían tener cierta información de lo que sucedía y por supuesto no estaban dispuestos a correr el riesgo que acarreaba el dar a conocer esa información; en el caso de las huelgas de hambre el gobierno podía dejar morir a los huelguistas sin mayores consecuencias.
Hemos sido muy cuidadosos, casi escrupulosos, en atenernos objetivamente a los hechos, no los hemos decorados con falsas atrocidades, pero nos hemos reservado el derecho de emitir juicios personales ante algunos de ellos.
Los testimonios individuales que aquí aparecen pudieran ser avalados por miles de seres humanos que sufrieron en circunstancias semejantes. Paradójicamente lo masivo del proceso lo desdibuja y hasta lo trivializa, son tantas las víctimas que se convierten en una masa anónima; es difícil  individualizar o destacar, no podría-mos tomar un mártir concreto como bandera porque son muchos los que merecen ese honor.
Con lo aquí expuesto queremos globalizar el conocimiento de la tragedia de nuestro pueblo para que sirva como experiencia de lo inconcebible. No pretendemos exacerbar con ellos pasiones revanchistas que dificulten la necesaria reconciliación entre los cubanos, todo lo contrario, nuestro objetivo, nuestro deseo más profundo es que esos tristes acontecimientos no se repitan.

LAS CABAÑITAS

Por Manuel Barba

Durante el segundo año de la dictadura castrista se utilizaron varias construcciones aledañas para establecer un centro de seguridad para interrogar a detenidos por causas políticas o como decían ellos, delitos contra-rrevolucionarios.  Ese conjunto de casas estaba situado en la 5ta. Avenida y calle 14 en la barriada de Miramar.  Casas confiscadas a sus legítimos dueños quienes o abandonaron el país o fueron a su vez detenidos, sancionados, y sus propiedades confiscadas.  El organismo represivo que se ocupaba de esas labores era la incipiente Seguridad del Estado, primeramente conocida en 1959 como el DIER, Departamento de Investigaciones del Ejército Rebelde, popularmente conocido como G-2, uno de los departamentos del ejército dedicado a inteligencia e investigaciones. Este complejo de edificios se encontraba frente por frente a la residencia del expresidente de la república Dr. Ramón Grau San Martín, quien vivió allí hasta su fallecimiento en 1969.
Dentro del complejo había varias celdas que albergaban grupos de detenidos, alrededor de 10 presos en cada una.  Estas celdas se habían construido modificando las habitaciones y demás espacios de las casas originales y asegurándolas con barras de metal.  Existían también varias oficinas administrativas y pequeños cubículos que servían para interrogar a los detenidos.
Todo parece indicar que a partir de las multitu-dinarias detenciones de opositores que se realizaron a partir del desembarco de Playa Girón, arribaron a Cuba oficiales de la seguridad del estado checo para entrenar debidamente a los guardias de seguridad cubanos. Es posible que hayan llegado también oficiales de la Stassi, la seguridad de la RDA.  Una de las primeras medidas que se tomaron entonces fue establecer un centro de detención diferente.  Los detenidos seguían siendo conducidos a 5ta y 14 pero ahí se establecía si el detenido requería ser conducido a un nuevo lugar secreto que luego fue designado por los presos como Las Cabañitas.  La primera característica de Las Cabañitas era su condición de clandestinidad. Era un lugar desconocido al que se conducía a los detenidos sin que pudieran ver a donde eran llevados.  En mi caso particular, después de llevar dos semanas aproximadamente en 5ta y 14 me llamaron una noche, alrededor de las 11:00 p.m. y me condujeron al lote de aparcamiento del centro.  Allí estaba estacionado un jeep marcado como un vehículo del Ministerio de Salubridad.  Abrieron la puerta del fondo, me envolvieron la cabeza con una toalla, me acostaron en el piso del jeep, me cubrieron con una colchoneta y me mantuvieron pegado al piso del auto presionando mi cuerpo con sus botas.
Después de un buen rato de viaje, sorteando numerosas curvas para despistar la verdadera dirección del recorrido, el jeep se detuvo y los dos guardias me sacaron del carro, siempre con la toalla alrededor de la cabeza.  Así me condujeron hasta que abrieron una puerta, me hicieron entrar y me dijeron que me quitara la toalla.
Era un pequeño cuartito, más bien un closet grande, de unos dos metros de ancho por dos y medio de fondo, sin ventanas.  Un bombillo en el techo que nunca apagaban.  Para dormir el suelo sin más nada.  En la puerta una pequeña ventanilla por la que el guardia observaba al detenido.  Cuando uno tenía ganas de orinar tenía que llamar al guardia que por la ventanilla te alcanzaba una lata con un mango de madera. Cuando había necesidad de ir al inodoro había que caminar con la cabeza cubierta por un capuchón hasta un pequeño excusado donde había que hacer las necesidades sin quitarse el capuchón.  Las comidas las pasaban también por la ventanilla. Las únicas salidas eran para acudir al cuarto de los interrogatorios, el recorrido de ida y vuelta había que hacerlo encapuchado y guiado por un guardia.
En la galería donde yo estaba habría otras diez «cabañitas» Nunca las pude ver, pero las voces de los detenidos hablando con los guardias daban fe de su existencia.
Era casi imposible determinar dónde estaban situadas las «cabañitas», pero al cabo del tiempo, hablando con otros presos que habían estado en ese lugar, intercambiamos opiniones y memorias sobre donde pudieran estar ubicadas.  Yo, por ejemplo, recuerdo que a la segunda o tercera noche de estar allí se escucharon gritos lejanos y ruidos como si hubiese algún disturbio.  Meses después me enteré que por la fecha en que había oído los gritos había habido disturbios y protestas en el pueblo del Guatao, por lo que con esa pista y algunas más proporcionadas por otras víctimas  fuimos atando cabos y determinamos que Las Cabañitas estaban en la carretera del Guatao, cerca de Punta Brava. Años después haciendo un estudio topográfico de la cárcel de mujeres de Nuevo Amanecer, antigua casa de campo del compositor Ernesto Lecuona,  me acerqué a la carretera y a unos 250 metros vi una casa que tenía todas las características de Las Cabañitas, aunque para esa fecha hacía ya bastante tiempo que las habían dejado de utilizar.
El uso de un centro clandestino para «procesar» detenidos les daba a los agentes de la seguridad grandes ventajas, pues podían tener a los presos aislados todo el tiempo que quisieran  sin que nadie supiera donde se encontraban. La desorientación que producía el hecho de no saber el lugar en que se estaba influía desde el principio en el estado de ánimo del preso.
La falta de higiene y algunos casos la completa desnudez en que se mantenía al detenido creaban una sensación  de indefensión  y de inferioridad manifiesta, pretendían con ello algo así como convertirnos en un animal que tiene que seguir y obedecer al amo soportando además amenazas y violencia física.
Los interrogatorios y las comidas no tenían un orden definido estas últimas podían estar separadas por un par de horas o doce. La luz de la celda siempre estaba encendida y no se sabía cuándo era de noche o de día, ni el tiempo transcurrido. En este aspecto la desorientación era total.
Las amenazas de fusilamientos eran muy creíbles, y en ocasiones hasta había escenificaciones donde se  montaba un «paredón» con la intención de amedrentar al detenido.
A veces se prohibía echarse en el piso y había entonces que mantenerse de pie y sin poder dormir, con un guardia dando voces durante el tiempo que estimaran conveniente, de este modo el estrés físico potenciaba al síquico.
Todo esto en medio de una soledad total, días y más días sin fin, a merced de carceleros todopoderosos; temiendo que se podía «desaparecer» sin mayores consecuencias, pues ni los familiares más allegados tenían idea de donde podíamos estar. Era la maquinaria trituradora del estado marxista-leninista tratando de destruir a los que osaban oponérsele.
Mi estancia en las cabañitas se extendió por 18 días, de ahí fui trasladado a la Prisión de la Cabaña y allí comenzaría una nueva etapa de represión.

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