Espeluznante
Narración del Brigadista
Emilio Valdés Calderón
El brigadista Emilio Valdés Calderón,
3099, salió de Cuba el 8 de noviembre de 1959 y regresó con un rifle en la mano
el 17 de abril de 1961. Fue estudiante de la "Academia Marrero", en
el Reparto Almendares, cerca de La Habana, y miembro del Cuerpo de Tallares de
la Policía Nacional, en el Cuartel Maestre. Actualmente, 1992, es el delegado
de la Brigada 2506 en California. Su relato del viaje en «La Rastra de la
Muerte» es profundamente conmovedor, al mismo tiempo que causa indignación por
la crueldad y bajezas de los comunistas.
(Entrevista)
EN
LA RASTRA DE LA MUERTE (extracto)
Al llegar a Girón nos maltrataron: escupiéndonos,
insultándonos, amenazándonos con el paredón. Nos metieron en una casa donde había
muchos más prisioneros. Entre ellos vi a tres que fusilaron después. Uno fue
Pérez Cruzata, quien había estado antes con Efigenio Amejeiras, Jefe de la Policía.
Estábamos decididos a afrontar lo que nos
deparara el destino. En un cuarto habíamos más de treinta, y allí encontré a mi
primo, tirado en el piso. No lo habían atendido.
Ya nos estamos acercando en la entrevista
al momento en que más de cien brigadistas iban a ser introducidos en una rastra
de fabricación norteamericana, que era empleada para transportar mercancías
congeladas. Aunque no por esta vez, que iba a cargar una preciosa humanidad. A
pesar de haber transcurridos treinta y un años de ese bestial hecho, Emilio
Valdés no puede evitar borrarlo de su mente y sufrir una fuerte emoción cuando
habla del mismo. Con la voz afectada nos dice:
Nos alinearon frente a una rastra junto a
la que estaba parado el Comandante Osmani Cienfuegos (hermano de Camilo). Un
señor (Fernández Vila, Oficial del INRA - Instituto Nacional de la Reforma
Agraria) iba llamando a muchos, incluyendo a heridos. En esa lista caímos mi hermano
Francisco, Humberto y yo.
En el libro "The Bay of Pigs",
su autor, Haynes Johnson, revela que el hijo de José Miró Cardona fue
interrogado rudamente por Carlos Rafael Rodríguez, pero que no se doblegó a esa
rata comunista. Cuando Fernández Vila pronunció el nombre de Eneido Oliva
(capturado el 23 de abril), Cienfuegos le preguntó que tenía que decir. Oliva
respondió con su nombre, rango y número de serie. Vila le gritó que estaba
insultando a Osmani, a lo que el prisionero erguidamente contestó: "Cállate,
que tú no eres más que un ladrón del INRA."Oliva fue sacado de la rastra,
lo que posiblemente salvó su vida.
Cuando ya habían cerca de 110 brigadistas
dentro de la rastra, los que eran vejados de palabra por Cienfuegos - Fernández
Vila le dijo que se iban a morir asfixiados. Y así se expresó esa hiena de
Castro: "No importa. ¡De todas formas, los vamos a fusilar! ¡Tráiganme
cuarenta cochinos más!
Buenooo.. sigamos ahora con el espantoso
relato de nuestro entrevistado, Emilio Valdés:
Ciertas aquellas palabras de Osmani
Cienfuegos. Yo las escuché.
Emilio está completamente emocionado. Le
cuesta trabajo hablar. Se hace una pausa muy prolongada. Sergio, Orlando y el
periodista también callamos. Le aconsejamos a Emilio que no se apure, que
descanse. Ya repuesto, continua:
Yo estimo que había 161 prisioneros en la
rastra, y un joven de unos 20 años, campesino de la Ciénaga, que no sé por qué
lo pusieron con nosotros. Antes de entrar, tratamos de aclarar que 61 no era un
invasor, pero no nos hicieron caso. Ese joven fue uno de los que murió
asfixiado.
Más de 40 heridos fueron tirados en su
interior. Cerrada la puerta lateral, el vehículo fue puesto en movimiento.
Tratamos desesperadamente de volcarlo lanzándonos todos contra los lados, pero
inútilmente. Las paredes interiores estaban cubiertas con madera, creo de
'plywood', y lo demás era como macilla muy dura, como un zinc. Un paracaidista
que sabía Karate logró romper algunas tablas.
Estábamos muy apiñados y el aire comenzaba
a faltar. Fue horrible. La oscuridad era total. Se produjo un caos. Difícil de
describir aquellas escenas... En la parte de atrás de la rastra logramos hacer
algunas hendiduras con los metales de nuestras correas, de nuestros cinturones,
y un pedazo de hierro que apareció no sé cómo. El Infierno de Dante me lució
entonces un paseo por el Prado...
LA
IMPRESIONANTE MUERTE DE JOSE MILLÁN
Logramos hacer unos cuatro huequitos de
más o menos una pulgada y media cada uno, y claro, éramos muchos para todos
poder usarlos. Esas ranuras fueron hechas como a unos tres pies del piso. En la
parte del frente de la rastra se produce una gran agitación, ya que allí no
había respiración alguna.
Algunos de esos hombres, ya casi
desmayados, logramos cargarlos, pasarlos hacia atrás y ponerlos juntos a los
huecos. Uno de ellos fue Arteaga, vecino mío en Cuba, quien prácticamente
muerto, pudimos revivirlo. Mi hermano, el viejo Guerra y su hijo estaban al
lado opuesto del ancho de la rastra.
El viejo Guerra nos arengó para que
estuviésemos tranquilos pues así nos íbamos a salvar. Yo usé un hueco y después
se lo di a un compañero. Unas naranjas que alguien logró introducir, o que un
miliciano nos dio en Girón, nos sirvieron de mucho para calmar la sed. Sobre el
piso ya estaban mezclados sudores y desechos humanos.
Poníamos nuestras camisas en las Paredes
Para absorber la humedad y el frío de la noche, y pasándolas por nuestros
cuerpos nos ayudaba a mantenernos vivos y alertas, pues si uno caía al piso, no
se levantaba más. Ya algunos habían muerto. Y he aquí lo que más me impresionó
en aquel trágico viaje de ocho horas...
Un compañero, José Millán, saltó del piso
y me dio en la cara, sin querer... (las palabras se traban)... Me dejó saber su
nombre y que tenía a su esposa e hijas en Miami. Entonces me confesó que se iba
a morir en ese momento... que tenía a Jesucristo delante de 61... que nosotros
seríamos salvados... No pasaron dos minutos, y Millán cayó muerto. A mi lado.
"La única gran alegría que tuve en
toda esa odisea fue encontrarme a mi tío Rosendo Valdés, sano y salvo, en el
Palacio de los Deportes."
Supimos que la rastra había llegado al
Castillo del Príncipe. Después siguió hasta el Palacio de los Deportes, donde
por fin, por primera vez, fue abierta una puerta lateral. Casi no podíamos
levantarnos. Mi hermano y el viejo Guerra me ayudaron a salir. Cuando miré
hacia atrás, vi a muchos cuerpos en el suelo.
Después supimos que habían muerto nueve y
uno poco después, incluyendo aquel jovencito que no era brigadista. Fue un
espectáculo de horror. La culpabilidad directa fue de Osmani Cienfuegos. Noté
en el Palacio que muchos militares hicieron gestos desaprobando aquel
holocausto, aquella masacre e ignominia. Un verdadero acto de cobardía. Fidel
Castro fue tan responsable como Osmani, por respaldarlo.
Cuando se escriba completa la historia de Bahía
de Cochinos, se van a saber muchas cosas más.
Nota: Colaboración
de José “Pepe” Bello
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