Publicado originalmente
domingo, febrero 23, 2014
Por Angélica Mora
Nueva Yorjk, 24 de febrero, 2016
Con cada 24 de febrero mi dolor aflora como la primera vez en que oí la noticia del derribo de las dos avionetas de Hermanos al Rescate. No podía creer que un hecho así pudiera suceder. Realmente era como una pesadilla…
El gobierno de Cuba había ordenado el derribo de dos pequeños aviones de un grupo del exilio que ayudaba a buscar balseros en el corredor marítimo entre Cuba y el estado de Florida. Cuatro jóvenes habían sido asesinados durante su misión humanitaria: Carlos Costa, Armando Alejandre, Mario de la Peña y Pablo Morales.
Hace 20 años, al suceder ese crimen, yo estaba en mi casa en Virginia, porque era fin de semana.
Recuerdo que corrí hacia mi automóvil para dirigirme a la sede de Radio Martí en Washington DC. donde trabajaba desde hacía varios años como periodista. El traslado de las oficinas de Radio y TV Martí a Miami se haría realidad dos meses después.
Mientras manejaba iba pensando en la tragedia, pero especialmente en uno de ellos, Carlos Costa, a quien había conocido personalmente y con quien había volado buscando náufragos en las aguas del Estrecho de la Florida.
Me había tocado volar con los Hermanos al Rescate en dos ocasiones, debido a que el directorado de Radio Martí quería que los periodistas narráramos directamente cómo se llevaban a cabo los rescates en el mar de los cubanos que salían huyendo del régimen castrista.
Existía una campaña para hacerlos desistir de realizar la peligrosa travesía, pero también se les quería salvar -si estaban perdidos- y se les recomendaba llevar ropa de colores fuertes como naranja y amarilla para que fuera fácil de ver desde arriba en las avionetas. Y se les pedía además, llevar espejos en las frágiles embarcaciones para reflectar el sol y hacer señales.
Quisiera no haber contado con este triste privilegio de haber volado en las avionetas y no tener en mis vivencias haber compartido esa camaradería con los pilotos, especialmente con Carlos Costa, uno de los mártires que fueron asesinados en el aire, por orden directa de los hermanos Castro.
Como dije, formé parte de la misión de rescate como observadora y periodista de Radio Martí. La búsqueda de los balseros en el mar, en el estrecho de la Florida, era materia de urgencia para poder salvar vidas. Pese a las advertencias de los peligros que contenía la travesía, familias enteras se lanzaban al mar en forma desesperada para tratar de huir del infierno llamado Cuba.
En la emisora habíamos creado un programa llamado ¨Puente Familiar”, que grababa constantemente los recados desde las dos las orillas -Cuba y Estados Unidos- y donde se trataba de informar de los que habían llegado a salvo a sus seres queridos, que habían quedado atrás. Y estos también podían enviar sus mensajes, que eran retransmitidos constantemente, varias veces al día y luego en un resumen semanal.
Cuando volé con los Hermanos al Rescate iba con el propósito de ver la forma en que este grupo desarrollaba su trabajo de recorrido de la enorme franja del estrecho buscando sobrevivientes.
Mientras se realizaban los preparativos de los vuelos conversaba con la tripulación. Me hice amiga de un joven lleno de entusiasmo llamado Carlos Alberto Costa. Teníamos un vínculo que lo compartíamos riendo: Uno de mis hijos estaba en la misma escuela de aviación en la Universidad de Aeronáutica Embry-Riddle localizada en Daytona Beach, a la que había asistido Costa. Mi hijo también se llama Carlos “y es un volado” bárbaro. Cómo nos reíamos antes de partir, con los cuentos de la Universidad y las coincidencias.
Le contaba que mi hijo nos había hecho comprar un pequeño condominio en Daytona para poder ir y venir de la Escuela, pero lo habíamos adquirido muy tarde, cuando casi tenía terminados los estudios. “No importa, me decía Costa, es una inversión para el futuro”. Así era de práctico este muchacho risueño, con un alma limpia, que lo único que quería –junto con el grupo- era ofrecer sus conocimientos para ayudar a sus infortunados hermanos en la Isla.
Desde el aire era sobrecogedor ver la inmensidad de las aguas, que como un espejo trizado en miles de pedazos, era fracturada por las olas.
En una ocasión Hermanos al Rescate encontró un grupo al borde de la muerte, muy deshidratados, y que llevaban días en Cabo Sal. Agitaban algunos, a duras penas, camisas color naranja. Aún guardo una que me regalaron. Era una tarea agobiante el rescate humanitario en esos años del gran éxodo de los 90.
Emboscada
Sin embargo, los hermanos Castro, tenían un plan contra la Organización Hermanos al Rescate, que les estaba molestando, con llamados de aperturas democráticas y lanzamientos de panfletos con copias de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Fidel y Raúl Castro pensaron, fraguaron y ejecutaron el plan de tender una trampa al grupo para derribar las pequeñas avionetas, en otro de los crímenes que algún día tendrán que pagar.
Este 24 de febrero, el exilio cubano conmemora el décimo octavo aniversario del derribo. Fueron alcanzadas dos avionetas desarmadas. La masacre se la encargaron a aviones de guerra MiG de la Fuerza Aérea cubana.
Raúl Castro
Hoy uno de estos aviones de caza MIG tiene dos estrellas rojas en su fuselaje, concedidas por el régimen cubano en premio y reconocimiento por la victoria de haber derribado las dos indefensas avionetas
El gobernante Raúl Castro, fue quien planificó y ordenó el derribo de las dos avionetas. Una grabación inédita con su propia voz, así lo confirmó: “Yo decía que traten de tumbarlos arriba del territorio, pero ellos entraban en La Habana y se iban ….
“Claro -sigue diciendo Raúl Castro- con un cohetazo de esos, avión-avión, lo que viene para abajo es una bola de fuego y que va a caer arriba de la ciudad…”.
“Bueno, túmbenlos en el mar cuando se aparezcan; si no, consulten los que tienen las facultades”.
Luego hay otra grabación de 11 minutos y 32 segundos que registra una conversación en la sede provincial del Partido Comunista de Cuba (PCC) en Holguín y confirma el reconocimiento por parte Raúl Castro de haber organizado y dado la orden de ejecutar los derribos.
El encuentro se celebró el 21 de junio de 1996 con la participación de funcionarios gubernamentales y periodistas de la cadena nacional Radio Rebelde. La charla con los periodistas, a quien en dos ocasiones Castro advierte que “no publiquen nada de esto”, fue grabada por personal técnico de Radio Rebelde. Esa fuente hizo llegar una copia desde Cuba a El Nuevo Herald a través de la agencia Nueva Prensa Cubana, con sede en Miami.
Las declaraciones de Castro tuvieron lugar pocos días antes de que se conociera públicamente un informe de la Organización Internacional de Aviación Civil de Naciones Unidas (OACI), el cual confirmó que las dos avionetas Cessna C-337 fueron abatidas en aguas internacionales por cazas MiG de la fuerza aérea cubana. El régimen castrista siempre sostuvo que las avionetas fueron abatidas dentro de las 12 millas que demarcan sus aguas territoriales. Las conclusiones de la OACI tomaron en cuenta los documentos aportados por ambos países, así como las posiciones marítimas del crucero Majesty of the Seas y del barco pesquero Tri-Liner, cuyos respectivos tripulantes presenciaron la destrucción de las avionetas.
Aunque la luz verde para actuar contra las avionetas siempre se atribuyó a Fidel Castro tras sus confesiones al periodista Dan Rather para la cadena televisiva CBS, en julio de 1996, la grabación apunta directamente a que Raúl Castro tuvo en sus manos la planificación y la orden del derribo. Todo indica que la decisión se tomó premeditadamente durante una reunión con altos mandos militares el 13 de enero de 1996, fecha en que aviones de Hermanos al Rescate violaron el espacio aéreo cubano y lanzaron proclamas sobre La Habana. “Yo aclaré que [la decisión] había que descentralizarla si queremos que jugara su papel, y a cinco generales se les dio las facultades”, explica en la grabación Raúl Castro. “Ellos [Hermanos al Rescate] iban a ir incrementando esto y no se tuvo más remedio que tomar esta decisión”.
Hasta el momento, el Crimen de las Avionetas no ha tenido castigo. En los hogares enlutados de cuatro familias faltan hijos excelentes que tenían un futuro brillante y podrían haber formado sus propias familias. Son cuatro mártires que se suman a otros miles, destruidos por un régimen sangriento que no conoce la piedad y para quien la Justicia se está demorando demasiado.